Hay marejadas de recuerdos que se cuelan por las venas de aquellos que vivimos esta vida.
Lo sé, tendemos a olvidar, porque ¿qué clase de mente podría contener todas las emociones, todos los paisajes, todos los amores y, en un solo suspiro, decirles adiós? Nada de eso.
La vida, si es que algo se de ella, es que es una totalidad que se nos muestra en secuencias. Si algo impide que la eternidad se dé de una sola vez, es el tiempo, decía el loco de Bergson. Paso a paso, huella a huella, latido a latido.
Hablando de locos, emprenderá usted pronto un nuevo viaje hacia horizontes desconocidos.
Que la Fortuna esté de vuestro lado, y por muchos nuevos suspiros por venir, es que brindo por usted.
Si de volver se trata, mejor es empezar por aquel lugar que más nos extraña. Si de volver se trata, quizás sea para abandonar el discurso que nos hemos repetido hasta convencernos de que no hay necesidad de volver. Pero si de volver se trata, se debe saber que un largo peregrinar demanda.
¿Se puede volver del volver? No sino a costa de una transmutación del alma. Volvés, sí, después de volver, pero cambiado. Cambian las manos, cambian los rostros, cambia tu rostro, cambia la casa. La casa deja de ser la casa del que se ha ido para ser el hogar de un extraño. Allí donde me siento un extraño, es donde más se extraña a ese que era antes de partir rumbo a este lugar que ya me ha abandonado.
La Tierra viaja alrededor del Sol a una velocidad aproximada de 108000 kilómetros por hora. La velocidad de rotación de la Tierra sobre su eje es, en el Ecuador, de 1700 kilómetros por hora mas nula en los polos. Giramos alrededor del centro de la Vía Láctea, además, a una velocidad de 220 kilómetros por segundo. Entonces…¿Volver?
Sí. Volvamos. Allí adonde todo ha comenzado. Sabiendo que volver es abandonarnos…que es abandonarte…
Novalis decía que la Filosofía es estar en casa en todas partes. Sí, bueno. Aun desconozco lo que es eso. Al menos que el hogar sea un destino, al menos que el hogar sea una teleología…al menos que al hogar se lo construya así, ladrillo a ladrillo, cimiento a cimiento, columna a columna, una y otra vez, todo el tiempo.
¿Que el pasado ha pasado? No. Creo que eso, eso de andar volviendo sobre las huellas, eso de andar haciéndose hermeneuta en las distancias que nos separan de nosotros mismos, es algo que lejos de pertenecer al tiempo y a la fatalidad, le pertenece a la memoria.
¿Te acordás lo que era vivir? Bueno, eso, volver. Volver es como volver y recuperar aquello que nos han negado. ¿Muchos no? ¿Pocos sí? ¿No? ¿Si?
Debemos reconocer que los saqueos, las desestabilizaciones políticas y las operaciones económicas de intereses concentrados de poder que se encubren tras estas prácticas no son historia nueva sobre el territorio nacional. De hecho, es experiencia común la de estos golpes socio-económicos perpetrados hacia diversos gobiernos en la reciente historia de la democracia desde el año 1983 a esta parte.
No faltarán aquellos que encuentren en la actividad de estos grupos opositores al gobierno faltas que atribuir al propio gobierno que aquellos buscan desestabilizar. Burgueses neófitos en asuntos de análisis político que han encontrado tras la panacea del menemismo un lugar confortable para expresar su odio visceral en una insostenible exposición de términos que solo agranda su ignorancia lejos de aminorarla.
Lo cierto, después de todo, es que en este conflicto hay dos poderes enfrentados. Por un lado, el de un gobierno electo democráticamente y contrapuesto a éste, el de corporaciones económicas con fines espurios y ajenos a todo aquello que no sea incrementar aun mayor riquezas para sus arcas.
Ningún individuo que se profese como democrático no podría sino estar del lado de un gobierno electo el cual, sea cual fuere su color partidario, es la constitución institucionalizada de la voluntad de los hombres y mujeres a lo largo y a lo ancho del suelo patrio.
Pero claro que no siempre podemos darnos el lujo de expresar abiertamente nuestros más oscuros deseos inconfesables. Pero ese tiempo empieza de a poco a llegar a su fin.
Claro, son los Ka-kas, son los negritos de mierda, la lacra humana en su máxima expresión, son la escoria que vomitan las inmundas periferias de las grandes urbes, y no, no son decididamente humanos.
Lo cierto es que en esta contienda de poderes titánicos, los individuos comunes, medios, con escasa incidencia en los asuntos preponderantes de una sociedad, son utilizados y movilizados de un extremo al otro de la gran esfera ideológica y arengados para que repercuta en sus calles, en sus televisores, en sus espíritus, el caldo de cultivo que se busca constituir para que la sensación de anarquía gobierne al mundo que conocemos. Es en estas circunstancias que los pequeños burgueses, nosotros, nos percatamos de lo diminuto de nuestro mundo. Es muy pequeño. Entonces accionando sobre ese miedo como mengueles adoctrinados en las artes de manejo de miedos colectivos, nos motorizan a correr como hormigas asustadizas: después de todo, han pisado nuestro hormiguero de cristal.
El efecto lo han logrado. Felicidades a todos ustedes, burgueses asustadizos, cobardes fascistas que se encubren en pelos largos y en palabras suculentas, porque el día que han soñado ha llegado finalmente. Nada podrá, creo, impedirles ahora sí, sin fundamento alguno porque nunca lo han necesitado, arremeter con toda fuerza sobre las instituciones que tanto dolor nos han costado como sociedad.
Que los políticos tienen la culpa…
Como si fueran ellos miembros de una raza extraterrena que viene a colonizarnos a nosotros, los pobres inocentes que día a día NO hacemos posible que la maquinaria continúe avanzando sobre millones de vidas que se pierden al costado del pavimentado camino del progreso. NO, no es responsabilidad nuestra. Porque la culpa es del otro.
Es muy posible de hecho, que el coraje y convicción férrea que ha caracterizado a los que llevan a cabo este proyecto nacional los mantenga en pie tras esta traba perpetrada por aquellos intereses ocultos, inconfesables, de los que todos nos hemos contagiado alegremente.
Pero también es cierto que este es el punto sin retorno. No hay días felices por delante, porque somos una sociedad corrupta. No hay santos y demonios en esta contienda. Todos somos cómplices directos de los millones de hombres y mujeres, niños y niñas que gritan el hambre en los márgenes de nuestros pequeños feudos.
Que la sombra que proyectan sus gritos ha llegado manipulada, sí, pero pisa firme sobre el living de nuestras casas, y ese es un hecho del que no podremos volver.
De ese grito, y de los que direccionan el grito, utilizaremos aquel que más nos convenga, para profundizar nuestra corrupción sistémica hasta límites insospechados incluso para nosotros mismos.
El circo ha sido abierto y creo, todos están invitados a vomitar su primitivismo sobre la gran arena que se nos ha desplegado ante nuestros pies. Circo armado, constituido con fines precisos y foráneos a los nuestros, pero apuntalado con dolores y estigmas que hemos sabido conseguir a lo largo de muchos años.
Lo bueno, es que el tiro para aquellos que creen disparar el arma, les saldrá por la culata. Creo a todos les saldrá el tiro por la culata.
Del Averno nos traeremos una bestia hermosa pero terrible, y están los que ya la hemos visto reflejada en esos tibios ojos progresistas de ojos chicos pero de lengua larga.
Lo que se viene es inimaginable, incontrolable, imposible…y eso es lo mejor que podría pasarnos.
Que el mundo no sea dicho en una verdad es una mentira que puede detentar semejante poder galopando hacia nosotros sobre un olvido que parece calzar perfectamente en las palabras que no decimos por temor a develar nuestras faltas.
Es por eso que amamos: es más fácil que recordar.
Es por eso que mentimos: es más fácil que olvidar.
Se mueven los cuerpos, se mueve la Tierra, se mueven los lugares, se mueve la mesa, se mueven los viejos, se mueven los rostros, se mueven los platos. Las manos, que también se mueven. Todo se va desplazando y se aleja de a poco de nosotros. Los recuerdos son los lazos con los que intentamos retenerlos, pero no hay con qué darle: la memoria también se mueve. Se mueven los “te amo”, se mueven los sueños, se mueven las voces, se mueven las risas, se mueven las lágrimas para afuera y las lágrimas para adentro. Se mueve la vida hacia los cementerios, y los cementerios que también se mueven. Pasaron Buenos Aires, Aguilares, y quién sabe de cuántos me he alejado así, imperceptiblemente. Se mueven los techos, se mueve el cielo, se mueven los astros, se mueve la sangre. O el movimiento es un atributo del tiempo o lo mismo que él. Pero se mueve, todo se mueve. Si el universo es circular, aun queda la expectativa de que todo ello que se mueve volverá a pasar. Y si la condición de su repetición es la circularidad, la memoria es circular, el alma es circular. Y si dentro del alma los recuerdos también se mueven, es porque dentro del alma hay algo también que es circular. Y si todo se mueve y es posible decirlo, es porque hay algo que se resiste y persiste a ese devenir. La única condición que permite que esperemos que lo que se mueve y que ya pasó vuelva a aparecer es la memoria. Es ella y ninguna otra, la que otorga al alma la forma de esta circularidad. La única condición que nos permite captar al tiempo y al movimiento, es recordar. En el recuerdo todo vuelve, cambiado o no, pero todo retorna al punto que ya no está. Recordar es negar a la lógica que parece imponer el tiempo, pero también el único modo que tenemos de afirmarlo. Si recordásemos todo, estaríamos fuera del tiempo. Si no recordásemos nada, seríamos lo mismo que el tiempo. Si podemos decir algo acerca del tiempo, es porque hay algo en nosotros que no es tiempo. Si no podemos vivir fuera de él, es porque hay algo en nosotros que es todavía tiempo, que es todavía olvido. El tiempo o bien es lo mismo que el olvido, o un atributo de él. Los astros giran sobre las cúpulas del firmamento, y nada nos da la certeza de que el sol saldrá mañana nuevamente, excepto por el recuerdo que nos dicta que así será porque así fue ayer. La memoria nos limita y nos hace presos del tiempo, que es un olvido enmascarado bajo la forma de un recuerdo. Pero los recuerdos también se mueven y cambian, como también lo hace la historia. Historia que nos hemos impuesto para vivir en el tiempo en donde todo se mueve, para someterla, para coordinarla a nuestros fines. La Historia se está despedazando porque estamos olvidando y convirtiéndonos en tiempo. Pero pronto recordaremos de nuestro olvido, recordaremos nuestro tiempo, y no habrá que recordar ni esperar más. Porque llegará el día en el que estaremos sobre él, y si sabemos que llegará, es porque ya pasó: puesto que si podemos conocer, es porque también podemos recordar…fuera del tiempo.
Tenemos un Papa latinoamericano y argentino. Es una idea que al menos en el plano simbólico, en tanto que nos atenemos a las implicancias que su sentido aporta, es alentador y hasta casi conmovedor verlo hecho realidad.
No puedo dejar de reconocer que muchos de sus gestos son profundamente emotivos y parecen en su aspecto exterior (lo cual no es en sí poca cosa) anticipar un viraje importante en los asuntos espirituales de la mayor religión de la occidentalidad. Sería absurdo si en esto no reconozco haber visto actitudes que hicieron temblar mi emocionalidad hasta el punto de las lágrimas.
Que un Papa antes del «Urbi et Orbi» pida de forma casi espontánea ser bendecido primero por los congregados en la plaza de San Pedro es una signo poderoso que no puede ser interpretado sino como un cambio profundo en la relación de los «protectores de la fe» con sus fieles.
Que sus actos esperanzan, es indudable. Pero siempre hay peros. No puede quien tenga los oídos dispuestos desatender la en algunos casos contundente evidencia respecto a la no muy grata participación de Jorge Bergoglio con la última dictadura argentina. Al margen de las voces encontradas respecto a este asunto, uno no puede cuanto menos sentir cierta consternación con algunos datos y documentos indiscutibles.
No es mi intención enumerarlos aquí, más siendo aun que estos testimonios están al alcance de quien desee buscarlos. Empero de ello se desprende inevitablemente una sensación contradictoria que pulula en la interioridad de quien contempla globalmente este escenario.
Sería sencillo dar la espalda a estas acusaciones, o simplemente negarlas. Sería hasta casi tentador hacerlo, y en muchos momentos esa pugna persiste en el corazón.
Mas inmediatamente he pensado que este tipo de contradicciones me recuerda a la argentinidad que habita en mí. Este tipo de pugnas y polaridades son las que atravesamos también históricamente como sociedad. Formamos parte de una sociedad profundamente bipolar.
Somos los más conservadores ante un espíritu liberal, y nos volvemos radicalmente liberales ante el reaccionarismo conservador.
Somos Videlas ante los Che, y somos Galtieris ante los Kirchner. Somos caceroleros junto a las Madres de Plaza de Mayo en el 2001 y somos caceroleros junto al rabino Bergman en el 2012.
Somos hinchas de Argentina en el mundial del ’76 y somos socialdemocrátas durante el menemismo.
Somos revolucionarios ante un Cavallo pero después somos contrarevolucionarios junto a los héroes del campo.
También somos el Perón del 55 y el Perón de los setenta.
Lo de la gata flora, si, claro.
Somos el Lanata de los noventa pero también el Lanata del nuevo siglo, así, todos renovados.
Somos los piqueteros de la crisis del 2001 pero también los piqueteros de la Sociedad Rural, sí, claro.
Somos el Clarín que encubría la desaparición de miles de personas pero también el Clarín que ahora es espadachín y salvaguarda de la libertad de expresión.
Parecemos tambalear entre opuestos pero que cuando arribamos a ellos parecemos inmediatamente decirnos «no, tanto no».
Claro que cada uno siempre toma posiciones y tiene (o cree tener) en la mayoría de los casos una posición ya elaborada y acabada sobre ciertas ideas. Pero al acoplarnos a lo colectivo parecemos deambular de un sitio hacia el otro sin ninguna coherencia.
Pareciera ser que podemos saltar de un extremo hacia el otro impunemente, y con ello no logramos ver las contradicciones que nos atraviesan: nos parece hasta casi normal que así sea.
Es como si tuviésemos solo una memoria a corto plazo, y no pudiésemos ver el contexto general de nuestras acciones.
Claro que me alegra y emociona que un Papa latinoamericano esté al frente de la mayor religión de Occidente. Simbólicamente es un hecho trascendental que solo el tiempo nos dará la oportunidad de dimensionar adecuadamente. Es obvio también que no puedo dejar de sentir ofuscación al saber que el nuevo Papa tuvo al menos, una actuación poco clara durante el proceso militar.
¿Son dos cosas distintas o forman parte de lo mismo? Me pregunto en mi interior, ¿cómo es posible la conciliación entre estos dos fenómenos que en la apariencia se muestran como opuestos? y, claro, ¿es posible llevar a cabo tal conciliación?
Esos opuestos irreconciliables se expresan en la figura de Franciso I (o simplemente Francisco), pero también en nuestra argentinidad, por no decir nuestra condición general de humanos.
Esos opuestos somos también nosotros. Nosotros somos Kirchner bajando los cuadros de los presidentes de facto en la Casa Rosada, y también somos Videla arengando en diferentes medios de comunicación una rebelión contra el gobierno kirchnerista elegido democráticamente. Y si digo que arenga, es porque también hay oídos dispuestos a escucharlo y hasta defenderlo.
Hace diez, quizás veinte años atrás era simplemente impensable en la sociedad argentina ver expresiones públicas casi masivas a favor de aquellos militares genocidas. Hoy es un hecho ver skinheads en aquellas movilizaciones del 8N y subsidiarias, gritando «montonerito pusilánime» junto a «Viva Cristo Rey».
Esas contradicciones se amplifican, es cierto, cuando uno de los extremos se agudiza. Es cierto que antes esas contradicciones no emergieron con fuerza simplemente porque nunca tuvimos anteriormente unos kirchners con la convicción suficiente para realizar cambios (en muchos casos, cambios simbólicos) que molestasen y despertaran el facho que llevamos dentro.
Pero aquí estamos. Un Papa argentino, latinoamericano, que eligió un nombre poderoso para su misión pastoral, un nombre plagado de sentido de humildad, sencillez y sensibilidad hacia los pobres.
«No te olvides de los pobres», dijo que le dijeron tan pronto fue electo Papa.
Claro que no, como olvidarlos, ellos siempre están allí.
Mientras nosotros, como adolescentes aturdidos, deambulamos individual y colectivamente de un extremo a otro, sin poder vernos y mucho menos encontrarle un sentido concreto a esta ambigüedad que nos perfora como sociedad, como individuos.
El Papa es contradictorio y roza puntos extremadamente sensibles, tanto de un lado como del otro en nuestra polaridad constituyente.
Pero si lo pienso bien, no es más contradictorio que mi viejo, que mis amigos, que aquellos que conozco medio de lejos, que yo mismo.
Claro que el Papa entregó curas a la dictadura y mi viejo no, o que él es Papa de la Iglesia Católica y yo no lo soy. La comparación en su literalidad es inadmisible. Pero todos estuvimos ahí en ese tiempo, de alguna forma. No puedo considerarme parte de un pueblo y de un tiempo si no puedo mínimamente hacer un intento de asumir su historia como propia: desde la reflexión, o desde la acción cotidiana.
El Papa me genera contradicciones, puesto que se presenta como contradictorio. La Iglesia Católica es contradictoria, como también lo es mi país.
Hay que distinguir dos dimensiones, creo. Una es la del significado y otra es la del significante. La Iglesia Católica en particular y la cristiandad en general conglomeran las más excelsas virtudes de nuestra civilización, en el terreno del significado. Pero luego están los cristianos y la aplicación práctica de aquellos valores, que no en pocos casos han tenido resultados para nada felices.
De igual manera nosotros quienes decimos perseguir tal o cual valor o idea, hasta que por algún fortuito revés del destino descubrimos que en el hacer nos desconocemos y contradecimos…solo cuando nos lo permitimos reconocer, claro está.
El Papa es contradictorio, porque con extrema potencia son depositados en él tanto lo simbólico como lo significante. Él es a su vez depositario de una tradición antiquísima como también un sujeto histórico, concreto. Es inevitable que allí se potencien aun más las polaridades.
Pero eso solo me informa que es humano. Y quizás no esté de más nuevamente resaltarlo, pero el nuevo Papa es también argentino.
Me alegro y me apesadumbro a su vez por su figura. Tal como me alegro y apesadumbro por la sociedad en la que vivo, tal como me ocurre también conmigo.
Ojalá la imagen de él en mí pueda encontrar aquella coincidentia opositorum, o que al menos sírvame de invitación a buscarla en todas aquellas tensiones antagónicas que me aprisionan, y que tanto nos alienan.
Pero eso quizás sea ya parte de otra historia…y no.
Todos tenemos que creer en algo, o todos estamos persiguiendo ideales elevados, que consideramos sagrados, o inviolables, o indiscutibles. Y a veces, quizás por algún tipo de pensamiento del tipo mesiánico o mágico, sentimos verlo materializado, concretado, historiorizado en el mundo o en nuestras propias vidas.
Pero tan pronto como aquel que es idealizado no se corresponde fielmente con lo depositado en él, es objeto de nuestro temor y de nuestra reprobación. Mas en ese proceso ¿de quién es la responsabilidad?, ¿de quién genera o de quién recibe la proyección? ¿o aun nos resulta tan difícil comprender que los mortales somos eso, no más que mortales, y que en nada nos parecemos a aquellos valores e ideales para los cuales, llegado el caso, no dudaríamos en entregar nuestras vidas?
Creo que en muchos casos nos pedimos más de lo que podemos dar, nos exigimos parecernos a aquello que nunca podremos alcanzar; y es que justamente por ello, continuamos simbolizando, emulando. Si alcanzásemos todo, o conociésemos todo, no habría ciencia posible, ni fe necesaria, ni inquietud o sueño que encontrase en nosotros su fundamento.
Somos sujetos incompletos, no en el sentido necesariamente teológico, sino fenomenológico y, si se me permite decirlo, en el sentido psicológico.
La vida es esa búsqueda. Es una gran aventura del espíritu. Quizás alguna vez nos situemos ante la paradójica situación de reconocer que el sentido de la vida sea ese ahondar en el equilibrio inalcanzable, y en reconocer que los opuestos que nos entrecruzan necesitarán y requerirán, tarde o temprano, reconocerse como aquello que siempre han sido: dos amantes que no terminan de encontrarse.
Por eso construimos, por eso avanzamos, por eso luchamos, por eso es que todavía vivimos: porque quizás en el fondo sigamos siendo después de todo humanos, demasiado humanos.
Creces cuando descubres que ya no jugarás en la Primera de Boca.
Creces cuando descubres que ella no volverá.
Creces cuando descubres que no has llegado a ser lo que imaginabas que serías.
Creces cuando el tiempo viene a desgastar y a cortar los bordes de tu efigie al enfrentarte al espejo de la Vida.
Creces cuando la mitad de lo que dices que eres es la mitad de lo que ya no está.
Creces cuando el pasado irrumpe por la ventana del alma, desordenando las hojas.
Y las olas que borran las huellas de las que se alimenta el mar, y los otoños que vienen a morir en nuestros ojos…
Los ojos nunca dejan de observar.
Y no hay escapatoria.
Los párpados son tan relevantes como los paraguas cuando se avecina el huracán.
Insostenibles, innecesarios, redundantes.
Los ojos son dos heridas abiertas en el alma desde donde se desborda la vida cuando con vivir no alcanza.
Entonces un epitafio se imprime en la piedra a trazo de lágrimas.
Un sembradío de lápidas ciegas pareciera contorsionarse en una danza de persecución a la Luna, como girasoles invertidos.
En las tumbas, por lo bajo, lo muerto se sueña.
Y huele a vos, hermano fantasma, huele a vos.
Concedamos al silencio del poeta la Carta Maestra.
Conserva tú, a la ausencia muy cerca del alma, para cuando allá en el tiempo estalle la contienda. Que cuando el mundo trémulo vague como un mendigo, que no se conmueva ni aún estremecido, en tu voz la fortaleza.
Que en tus ojos se haga ciencia la destreza, de distinguir de entre muchos quienes serán en tu corazón los bienvenidos.
Que como cuando un padre socorre a su niño, que sea el peligro y no nosotros, el que huya en vergüenza.
Presto seas a tender la mano al que en dignidad y aún caído, sostenga fija su mirada frente a la amenaza del enemigo.
Que sólo con amor y locura es imaginable la Justicia, grita pronto conmigo en los oídos de la Madre Tierra.
Grita fiero y con braveza, que hemos llegado tarde pero a tiempo…
…que ruge todavía vivo de las cumbres el viento, y que somos nosotros los que ya comenzamos a transitar Su Senda…
Descalzos de huellas, desde tiempos inmemoriales, hemos emprendido camino.
Saliste justo después de Apolo, proyectando tras el cuerpo una segunda sombra compañera que diseminaba los puntos de fuga para una historia de amor que se escribirá hacia atrás.
Las sombras se tomaron de la mano, dejando a la carne anónima fascinada con la luz.
Por eso es que quizás no tenemos ojos detrás para imaginar el pasado que vendrá.
Tal como ocurre con las personas, también las letras se vuelven presas de su propia narrativa, como sometidas a un cuento del que tampoco el escritor puede escapar…
¿O es que acaso habrá vida después de un punto final, tú impune escritor que nos cierras las puertas al dar vuelta una página, al poner cese a aquello que por naturaleza nunca tiene que cesar?
¿Cuántos otros libros son abiertos, cuántos otros versos son pensados entre los espacios vacíos que estas letras no pueden contemplar?
¿Y desde cuál vacío se proyecta tu mano al petrificarse en la palabra, y bajo que indescriptible hechizo nos tornamos en tótem del cuerpo y mausoleo del alma?
«Las máscaras sólo son máscaras, para la época del carne-levare (léase, tentativamente, carnaval)…»
Si dios fuese todas las cosas, sería todo lo conocido.
Pero sucede luego que dios es también lo desconocido. Y lo desconocido no tiene nombre, ni relación alguna con lo conocido.
Eso que pretendemos nombrar bajo el título de “todo”, es solo la suma de las cosas que están a nuestro alcance.
Mas no sabemos como opera lo desconocido.
No sabemos si podemos llamar “todo” a sus partes, o si es que tiene partes, o si es que es simétrico a aquello que conocemos.
Y si decimos que dios es “mucho más que todas las cosas”, hablamos de lo que no podemos hablar, justamente porque lo desconocemos.
Claus abandonó a la Filosofía a la edad de seis, una tardecita de abril, en la placita cerca de su casa, mientras jugaba a la pelota con su padre y su hermano.
Allí fue que se dio cuenta de que la verdad no está en las palabras, sino en el corazón…
caminando en alguna ruta inhóspita entre la paleta y el costado derecho de la cintura.
Estar perdido no es otra cosa sino un desafortunado naufragio en el mar interior: y es a costa de muchas tempestades, que finalmente al muelle seguro logramos encallar.
Parece una tontería caminar…
…pero llega un momento en el que cada paso es ni más ni menos que una conquista alcanzada a costa de mucho luchar.
Llega un momento en el que cada lágrima es como un libro derretido por la tristeza…
…en el que cada silencio es un rezo al dios que está por despertar.
El tiempo puede bien medirse por los silencios que atesora el alma…
El resto, es historia de salón y juego de cartas.
La distancia que me separa a mi de vos, nunca fue la misma.
Pero siempre soy aquel que por vos paga.
Entonces si mis ojos son de espectador y vigía, ¿adónde resguardas tú las cosas?
…¿en los ojos que no te miran, o en las palabras que no están cuando más se las necesita?
Si tan solo pudiera romper con el falso silencio, para quedarme con el que es verdadero…
…podría hasta definir cuál es ese verdadero tiempo que me aleja cada vez más de ese momento, en el que te fuiste de mi regazo para convertirte en la distancia que me aparta aun más de mí mismo.
Podría ser escéptico de lo que digo, y sostener que esto es solo un momento…
Pero este momento es demasiado extraño y no responde a lo que vos y yo conocemos como tiempo.
Se escabulle de la mirada anónima que imprimiste en mí cuando te dije que yo era un desconocido ante mí mismo.
Podría bien ser un escéptico de lo que digo…y pensar que solo es un momento…
Pero no me pidas que sea escéptico de aquello que callo.
A veces pienso que vos, yo, y la distancia que nos separa, es una sola cosa…
…cuyo nombre puede bien medirse por los silencios que atesora el alma…
Desvelado en la nupcias del día de los Reyes Magos, no puedo dejar de declamar sobre esta suerte de mística que emana de este transitado anochecer con la compañía de la virtualidad y la Nada beligerante que todo lo puede pero nada lo logra…
Que todo lo contiene y quizás es por ello que no tiene nombre…
Supongo que alguna especie de fantasía, o bien digamos, algún remanente de nostalgia de infancia me abordó gentilmente mientras escribía estas palabras, como invitándome a un reencuentro con el pasado.
Mis manos no son las de antes. Nada es como solía ser antes…
Quizás por el terror o por el desbordante impacto que puede generar en la conciencia el comprender que antes no fuimos el que somos, sino acaso otro totalmente extraño, es que en este bien intencionado olvido nos otorgamos impúdicamente esta categoría de «individuo».
Pero son muchos los «nosotros» que han habitado este cuerpo, y es éste el que se ha revestido con una manta tejida por las historias de esos «otros»; ocupantes todos «nosotros» de este mismo nombre que dicen, debe mencionarme.
Hay una imagen que se ha materializado en mi retina, que me evoca a un amanecer de Reyes en particular, cuando aun vivía en Buenos Aires, y cuando el patio todavía era territorio inhóspito habitado por hadas, duendes, y dioses de tierras exóticas.
No fue solo el regalo del muñeco de Rambo y toda la fascinación belicista que acompañó mi infancia el paroxismo de ese instante, ni el sol tibio de una mañana de verano afable, ni mis viejos con su mesita afuera tomando mate, sino todo ello junto.
Ellos todavía reían como los jóvenes lo hacen. Y el vigor de aquella mañana ha encerrado siempre un enigmático acertijo que quizás no me baste la vida para lograr descifrarlo (si es que acaso ello es necesario…o posible).
Pero allí estaba todo. Aun estaba yo despierto. Realmente creía que esas huellas de camello reproducidas fielmente con el agua por el suelo eran las de los exóticos animales que llevaban a cuestas a los Reyes del Oriente Lejano.
El pasto había sido esparcido por fuera de su recipiente, y entonces sí, no había rastro alguno de duda: ellos habían estado allí.
No recuerdo en que momento el mundo significó otra cosa…
No logro encontrar el instante en el que abandoné aquel mito para abrazar con locura histriónica al mito que viven los del mundo: el de la literalidad de los sentidos diurnos (y por que no decirlo, apolíneos).
Todavía ese misterio hace colapsar lo que digo ser cuando parezco no hartarme de darme definiciones…otorgarme nombres, valores, modos y costumbres del buen hacer.
Los dioses ya no residen en el Topos Hiper Uranos, sino en una cuenta bancaria. Su transustanciación no se ejecuta en una copa de vino, sino en un fajo de billetes de cien.
Los dioses están en todas partes, pero sus formas son similares a una gráfica de acciones de la bolsa de valores.
Los Reyes no vendrán esta noche… simplemente porque no existen.
Pero sucede luego, después de mucho meditarlo, llegué a la conclusión de que la existencia es condición sine qua non de los entes…pero no así del Ser.
Una parte de mí sigue jugando esos juegos, esperando esa espera, latiendo ese corazón, siendo ese ser, respirando ese mundo.
Hoy es viernes.
Dicen, que solo es un día más.
Qué pobreza de mundo nos hemos armado, que se manifiesta impotente
a la hora de reflejarnos en nuestra totalidad.
Espejo defectuoso que nos impide contemplarnos plenamente, para que después sea «inexplicable» la sensación de resaca, de hastío, de cansancio y de soledad.
En donde habrán quedado los fragmentos de esos días…me pregunto.
El tiempo , supongo, es ese enigma sobre el cual late la vida.
Sigo preso de la misma interrogante que emerge de mí, cada vez que mi nombre se hace ausencia para invocar la presencia del ser que soy.
Supongo que las cosas también tienen vida.
Las cosas de la mente, también tienen vida.
Supongo que vos también tenés vida.
Supongo que el mundo y las diez mil cosas también tienen vida.
Al final del Todo, todo ha de doler.
Todo cambio necesariamente lastima, hiere.
Hiere en ese lugar que busca permanecer, que anhela eternidad en el tiempo…
Pero las cosas mudan de lugar, y parecen también tener vida.
El tiempo es tiranía…
O flagelo en los instantes…
A costa de mucho doler, es que hemos llegado a esta parte del tiempo…
El tiempo es eso que pasa, mientras las cosas mueren en su afán de perpetuar vida.
La vida es esa cosa chiquitita que late dentro tuyo…
Y hace bramar las entrañas de mi pecho…
Mostrándome que todavía hay vida…
Aquí dentro, y allí fuera.
Supongo que todo ese escenario es vida…
Ese escenario en el que te ví, también es vida.
Las cosas del mundo son del mundo y nuestras…
La muerte me tiene sin cuidado, porque aquí hay vida…
Y lato dentro suyo…
Y ella es sangre que brota todavía…
Supongo que las cosas del mundo son música,
…letras…
…pinturas…
…y silencios sin escenario al costado de la ruta.
El tiempo pasa, lo sé
Y los que vienen han de partir hacia el poniente de sus mediodías…
Pero aun allí, a pesar de todo, es que nunca ha dejado de haber vida.
El cuerpo mancillado yace perdido, extraviado en el dolor proferido por su señor de lo alto.
Claro que él sufre, y en ese sufrir exige retribuciones.
Exige redención, y venganza.
Sintetiza simultáneamente deseo de justicia y un odio abismal para consigo mismo por no haber podido librarse del karma de los otros aquellos designios.
Desde entonces, nos viene iluminando con el fuego de su enigmático espíritu de santidad.
…que no es más que esa revancha tan esperada.
…que no es más que la esperanza de su amor futuro perturbada por su infernal odio presente en la figura de todas las sombras que la humanidad proyecta tras su ensalzado “sentido común”…
En el desarrollo de su historia, el también busca conocerse.
Toda la historia de su encarnación no es más que manifestación de ello.
Derrotado y triunfador, víctima y victimario, holocausto y verdugo…
Todo ello junto en su mano que simultáneamente al sí, afirma un no.
(…)
Nadie puede juzgarnos…
Ya que el juicio de aquel ya no pesa sobre nosotros…
Sino sobre Vos…
El mar furioso embebe su drama en el aión de piscis.
El beso viene revestido junto con su daga.
En el manto largo que cubre su cuerpo, un mundo convulsionado de vida…
Han de florecer en su primavera.
Retoños de manos se alzan en común juramento: hasta el último de los de su linaje.
Prometeo sabe que caerá.
Y lo hará por la conspiración de sus mismos otros.
El mar furioso yace enaltecido por ese karma.
Lunas enrojecidas de vergüenza, mientras aquí los hombres siguen pendiendo todos de la misma manzana…
Y de la misma gravedad que repta en el sueño de los que no duermen…